miércoles, 30 de enero de 2013

La mina de Sishen (África del Sur)



Fernando Vázquez Guzmán. Catedrático Jubilado y Profesor Emérito.

Escuela Técnica Superior de Ingenieros de  Minas de Madrid


En un viaje organizado a África del Sur, por la Asociación Española para la Génesis de los Yacimientos Minerales (AEGYM), tuve ocasión de realizar una serie de visitas a lugares de interés geológico y a distintas explotaciones mineras. Tanto unos como otras fueron acordados por el Prof. Antonio Arribas en coordinación con el Servicio Geológico de Sudáfrica.

Ahora, aendiendo a una solicitud del Prof. Rafael Fernández Rubio, voy a hacer una reseña de una de las visitas, de la que guardo los mejores recuerdos, tanto por la cordialidad con que fuimos tratados como por la claridad de todas las explicaciones y respuestas a las preguntas del grupo.



Tal vez hay que comenzar recordando que África del Sur es un país que, con aquello del apartheid, la discriminación de la mayoría de raza negra, la matanza de más de 500 negros en Soweto, y la más reciente, en agosto del pasado 2012, de 34 mineros de la mina de platino Marikana, tiene mala imagen entre gran parte de la sociedad española.

Sin embargo, tras mi experiencia sudafricana visitando diversas minas y lugares de interés geológico, considero que se trata de un país con recursos naturales impresionante, en el que los políticos que han tomado el relevo han sabido, en general, conservar todo lo que había desarrollado la anterior minoría blanca, e ir creando una amplia clase media.

Aunque, hoy en día, África del Sur es ya un país con una industria turística floreciente, voy a referirme a ella como lo que siempre ha sido, una gran potencia minera.


En los tiempos del apartheid y el aislamiento comercial y político, algunos recordarán que los países occidentales, especialmente EE.UU. y Reino Unido, seguían manteniendo determinadas relaciones comerciales, a pesar de la condena de Naciones Unidas. A mis alumnos les señalaba que tal actitud respondía a sus grandes recursos mineros, en especial a sus enormes reservas de cromo, consideradas de interés estratégico.

La primera toma de contacto con el país me confirmó la importancia de la minería sudafricana, al constatar las impresionantes infraestructuras del país, dirigidas al desarrollo y mantenimiento de su industria, con una extraordinaria red de carreteras, ferrocarriles mineros e instalaciones portuarias.


África del Sur es conocida, principalmente, por sus minas de oro de la zona oeste de Johanesburgo y de diamantes como la antigua  mina Kimberley y otras.

Menos conocidas son sus minas de hierro, aunque no por ello menos importantes, alguna de ellas con características dignas de señalar, como la de Sishen, propiedad de Kumba Iron Ore. Actualmente, se trata del mayor productor de mineral de hierro del país y uno de los diez mayores productores del mundo.

El yacimiento de Sishen se encuentra en la ciudad minera de Kathu, en la provincia Septentrional del Cabo (Northern Cape), siendo la mayor  fuente de mineral de hierro de África del Sur, con una producción anual de 41,3 Mt, en el año 2010, principalmente de mineral grueso (“lump ore”, 10-40 mm).



Conocido por los antiguos pobladores, las menas de hematita más puras fueron utilizadas por los nativos para su adorno personal, como cosmético.

Su origen, como todo gran yacimiento, ha sido objeto de numerosos estudios, habiéndose propuesto diversas génesis a causa de coexistir características comunes a las mismas. Actualmente se considera de un origen supergénico a partir de formaciones ferríferas bandeadas, presentes en el área de la mina.

Pero no voy a exponer lo que, en cualquier libro de yacimientos o artículo de revista especializada puede encontrarse, sobre la geología y demás datos mineros de la mina. Considero de más interés, para los lectores  del blog, señalar aquello que pueda proporcionar una visión complementaria en la visita a la mina.


Llama la atención su gran extensión de unos 14 km de largo, 3,2 km de ancho y 400 m de profundidad, explotado a cielo abierto con un ratio de desmonte muy favorable. En los frentes de arranque puede observarse la red de sondeos de explotación o voladura.


Se explotan distintos tipos de mineral con diferentes leyes, entre 45% y 60% de hierro, que se transportan a las instalaciones de tratamiento en grandes camiones, con motores eléctricos alimentados a través de una red de líneas eléctricas con pantógrafos, distribuidas a los largo de las pistas del cielo abierto.

La utilización de la energía eléctrica en el transporte de mina es bastante común en Sudáfrica, a causa de la inexistencia de reservas de petróleo y sus grandes reservas y explotaciones de carbón térmico de excelente calidad.

La planta de tratamiento, con unidades de trituración, molienda, lavado, cribado, medios densos, para tratar los minerales de ley superior o igual al 60% Fe, y una de gravimetría, para los de leyes comprendidas entre 45% y 60% Fe, proporciona los distintos productos vendibles.



En total se obtienen cinco productos de alta ley, 65-66% Fe, con las distintas granulometrías requeridas por las especificaciones de mercado, generalmente destinados a su reducción directa o para la fabricación de “sinter”.

La salida para la exportación de la producción, más de 40 Mt anuales, requirió la construcción de una línea férrea de unos 860 kilómetros hasta la bahía de Saldanha, en la costa sur-occidental, al noroeste de Ciudad del Cabo, y la construcción  de un muelle de aguas profundas, para dar cabida a los buques de transporte de mineral tipo "Capesize".

Antes de la salida del mineral para puerto es duchado, con el fin de mejorar las condiciones de su transporte en trenes, de 4 a 5 km de longitud, y con más de 200 vagones.

Finalmente, como dato anecdótico o curioso, reseñar que, tras visitar las  instalaciones de la mina, y tras dar buena cuenta de una muestra de la gastronomía sudafricana, en la necesidad de aliviar nuestras necesidades fisiológicas, nos vimos sorprendidos por la decoración de un lugar difícil de imaginar, como los servicios higiénicos...

fernando.vazquez@upm.es



sábado, 26 de enero de 2013

Ischigualasto: el Valle de la Luna (San Juan, Argentina)




Uno ha viajado por muchas geografías, se ha curtido bajo muchos soles, ha respirado muchos vientos, se ha enriquecido en muchos paisajes, ha guardado muchos recuerdos,...

Pero Ischigualasto es algo único, diferente e impactante… es un lugar éste que los diagitas, que aquí habitaban, bautizaron con extraño nombre, que no lo es tanto cuando sabemos que, en la denominación quechua con etimología aimara, puede significar: "sitio donde no existe vida" o "lugar de muerte"...


Adentrase en estas tierras, de soledad y de misterio, es vivir un espectáculo en el que con ansias quieres captar en la retina cada ángulo, cada color, cada forma, cada luz y cada sombra.

Sin lugar a dudas, este Valle de la Luna no hubiera podido ser creado por el ingenio humano, ni en los recovecos de la mente, ni en las tortuosidades de los pensamientos, ni en las explosiones de los sueños.

Por eso, al rendir viaje a esta imaginación, sin fronteras, del Divino creador, y al querer verter al papel estos recuerdos, con mayor o menor suerte, los pensamientos se deslizan ágiles, no hay que escarbar en la mente, no hay que desempolvar olvidos...; todo, absolutamente todo, está a flor de piel, tiene inmaculado todo su color sin desteñidos, mantiene incombustibles sus destellos.


¿Por donde empezar, cómo seguir y cuando terminar? ¡Ah! eso es lo difícil, lo imposible, lo inimaginable... Así pues, con las alforjas del recuerdo repletas, sin ataduras al andar, sin cuaderno de ruta, sin índice y sin pauta, comparto hoy los sentimientos nacidos en un destino poco frecuente, inolvidable para un trotamundos que, sin fronteras, goza de este planeta Gaia que, por suerte, nos ha tocado compartir, y que tenemos que conservar como herencia a generaciones y generaciones...


Este Parque se localiza en la Provincia de San Juan, destino al que me han llevado una serie de viajes, por cometidos profesionales y académicos; tierra bien querida y de amistades bien cimentadas; tierra de morfologías variadas; tierra de contrastes climáticos; tierra de ver y siempre volver.

Tierra de descarnada geología, donde la secuencia de la estratificación de aquel Triásico, seco y adusto, de veranos muy calurosos e inviernos muy fríos, está totalmente abierta, en todas sus páginas, para quien quiera pasearse y recrearse en aquel pasado, y especialmente en su Buntsandstein, de areniscas y conglomerados, con todas las tonalidades cromáticas desde el rojo hasta el blanco.

Este periodo geológico, fácil de recordar en sus límites, se inicia hace unos 250 millones de años, tras la extinción masiva de especies en el transito Pérmico-Triásico, y concluye hace apenas 200 millones, para dar paso al Jurásico.


En él se unen las tierras de América y de África y de Europa, sin separatismos desintegradores, para formar el supercontinente al que dimos el nombre de Pangea ("toda la tierra"). Y en esa integración nacen los primeros mamíferos (¿dónde estaríamos nosotros si esto no hubiera acontecido?).



Y, alejados los mares de aquellas extensas tierras emergidas, la erosión acumula sedimentos continentales, tongada a tongada, dando lugar al apile de muchos centenares y centenares de metros de espesor, que se extienden hoy desde la Europa Central hasta las américas, y cuya larga historia está escrita, indeleble, en las páginas de este colosal libro, que son sus estratos.


Aquí nacieron los primeros dinosaurios, primero pequeñitos pero que, a costa de comerse todo lo que había en el supermercado, se hicieron más y más grandes, hasta convertirse en los animales de mayor talla de aquel viejo continente.

Y, devorando todo lo que encuentran a su alrededor, insaciables, hacen desaparecer a muchas especies, hoy guardadas en estos sedimentos, que son inmensos anaqueles  para la ciencia, en la alacena del recuerdo. Menos mal que todavía Adán y Eva no andaban con la hoja de parra, tapando sus "vergüenzas", por el Paraíso terrenal... porque, si por allí hubiesen andado, hoy seríamos simplemente unos fósiles más, en el silencio de los tiempos.


Y es así que aquí, en estos roquedos, se han descifrado muchas páginas de silencio y de soledad, de la historia geológica, tras el hallazgo de buen número de fósiles de dinosaurios y de otros vertebrados, recuperados en muy buen estado de conservación, pero también de una flora fósil que nos permite hablar de sus condiciones climáticas e hídricas, y situarnos en paisajes y entornos de hace tantos millones de años.

Y en este Trías Germánico (Trías Inferior) nacieron estas piedras, todavía sin ser paisaje, porque tenía que transcurrir mucho tiempo, tenían que rugir  las fuerzas telúricas divisorias, que fragmentaron a Gondwana y a Laurasia; tenía que hacer de las suyas la tectónica, con su deriva continental; tenían que elevarse cordilleras y hundirse continentes; tenía que llover para que se erosionaran las rocas y nacieran estas formas inimaginables, pero si explicables, que nos llenan la vista, nos recrean los pensamientos, nos hacen volar las imaginaciones...

Y en este orden desordenado no hemos dicho cómo llegamos hasta aquí...

El viaje se inició en San Juan, siguiendo por interminables carreteras, que nos llevan, en una primera parada, para estirar las piernas entumecidas en el coche, hasta Vallecito, donde miles de personas acuden en peregrinación continua,hasta el santuario de la difunta Correa (en un entrono más de folclore turístico que de lugar de recogimiento).

Aquí muchas tiendas de recuerdos para los visitantes, y asados de chivito para quienes con hambre llegan.

Y ¿quien fue la difunta Correa? Cuenta la historia que Deolinda Correa fue una mujer cuyo marido, Clemente Bustos, fue reclutado forzosamente hacia 1840, durante las guerras civiles entre unitarios y federales, obligándole contra su voluntad, a unirse a las montoneras. Deolinda, angustiada por su marido y huyendo de los acosos del comisario del pueblo, decidió salir tras él y, tomando a su hijo lactante, siguió las huellas de la tropa por los desiertos de tierras sanjuaninas, llevando consigo apenas  algunas provisiones de pan, charque y dos chifles de agua. Cuando se terminó el agua, Deolinda estrechó a su pequeño junto a su pecho y se cobijó bajo  la sombra de un algarrobo. Allí encontró la muerte a causa de la sed, el hambre y el agotamiento. Al día siguiente, cuando dos arrieros riojanos, pasaron por el lugar, encontraron el cadáver de Deolinda, con su hijito que seguía vivo, amamantándose de sus pechos, de los cuales aún fluía leche.


Y la etapa termina en el Hotel San Agustín en Valle Fértil, con su amplia panorámica de cerros y llanura, junto a un pequeño lago artificial, creado por una represa.

Buen lugar para el descanso, tras haber surcado el Valle Fértil. Buena estancia para reparar fuerzas, ya casi a las puertas de la provincia de La Rioja.

A la mañana siguiente nos dirigimos a este Valle de la Luna, donde vamos a gozar contemplando y descifrando  la historia geológica.

Aquellos  sedimentos, areniscosos y conglomeráticos, de colores rojizos y pardos,  se formaron por grandes abanicos aluviales desde los piedemonte de las montañas. Y  estos  otros, grises y blanquecinos, de componente areniscosa y arcillosa, un día fueron lechos de ríos y sedimentos finos de llanura, y hoy conforman morfologías laberínticas, imposibles de andar, al ser fáciles de labrar por la erosión hídrica y eólica, y por la gelifracción.

Y, si cambiamos de posición, también contemplaremos los paquetes de areniscas pardas, con niveles de arcillitas y carbón, depositados en lo que fue un gran lago (Ischichuca);… y todo esto con su fauna fósil, guardada con primor durante esos cientos de millones de años…

Porque las sedimentaciones dejaron su nítida impronta, desde aquellas zonas altas, esculpidas por el lento pero implacable efecto del agua, en una acción de arrancar grano a grano, guijarro a guijarro, bloque a bloque, para transportarlos en la arroyada, pendiente abajo por la acción de la gravedad, hasta depositarlos en las áreas más bajas. Y todo ello con una gradación en su granulometría: primero los grandes bloques, luego los cantos rodados, después las gravas y, finalmente las arenas y los limos. Y todo ello con los cambios en las direcciones de la corriente, dando lugar a estratificaciones cruzadas.

Pero éste es un proceso evolutivo que nunca muere, porque cuando la tectónica puso "patas para arriba" a esta acumulación de  sedimentos consolidados, como consecuencia de la orogenia, otra vez el proceso se puso en marcha, como lo vemos hoy en estas descarnadas superficies, presas de nuevo de la erosión, el transporte y la sedimentación, y así en un nunca acabar.

Erosión que es selectiva, al aplicar la ley del mínimo esfuerzo, que la Naturaleza también hace suya.


Los estratos más duros, de material más grueso y más cementado, son más resistentes, mientras que los de grano más fino y arcilloso, con cemento más endeble, son fácil pasto de la erosión hídrica, y también del impacto de los granos de arena y partículas en suspensión y saltación, transportadas por el viento, dando lugar a esas diferencias al esculpir a las rocas... pero no trato de dar aquí ninguna clase de geomorfología. Lo mejor es mirar y recrearse, dejando volar a la imaginación.

Todas estas rocas, en su diferente dureza y cohesión, y en su distinta permeabilidad, han sido sometidas a esos procesos morfogenéticas de erosión hídrica y eólica, pero también de rotura por los hielos (gelifracción), dando lugar a una colección inmensa de formas que la imaginación humana ha dado nombres, como Cerro Morado, el Gusano, Valle Pintado, Cancha de Bochas, el Submarino, la Esfinge, el Hongo, Barrancas Coloradas, y el cierre del gran anfiteatro por ese vertical farallón que es Cerro Colorado…

Adentrarse en este lugar hostil al tiempo que mágico; abrasado por el sol y riguroso en la noche; hostigado por la climatología; sediento por la falta de agua... es entender plenamente porqué ha sido declarado por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad en el 2000. Y, precisamente por esta circunstancia, fui atendido con la mejor cortesía, aquel 21 de octubre de 2008, al ser el Año del Planeta Tierra, declarado por esta Institución mundial, y en el que tuve la honra de ser elegido Embajador Científico de este evento.

Entre tantas morfologías llama poderosamente la atención esa Cancha de Bolas, en la que parecería que unos legendarios gigantes hubiesen dejado allí aquellos bolos, perfectamente esféricos, tras una partida en esta cancha geológica. ¿Cómo se formaron? ¿Qué guardan en su interior? ¿Qué nos quieren decir? ¿Qué cataclismo los moverá?... En la historia geológica de los tiempos queda mucho por escribir, y es infinito el legajo para descifrar.

Y esta experiencia la he vivido, como tantas otras, en compañía de Sagrario, haciendo suyas mis inquietudes mineras, geológicas, ambientales, hidrológicas…

Otro día hablaré del Parque de Talampaya, al que dedicamos la jornada siguiente, ya en tierras  de La Rioja, impresionante también por sus morfologías, colores, silencios, grandiosidad,… A los trotamundos, que hacemos camino siguiendo la flecha del destino,  no nos faltan horizontes, nos falta tiempo...

Y aquí pongo final a este relato, escrito sin orden ni concierto, sin hoja de ruta, y sin respirar ni tomar aliento entre párrafo y párrafo…






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viernes, 18 de enero de 2013

Minería artesanal en el Cerro Rico de Potosí (Bolivia)

Hoy voy a traer a vuela pluma recuerdos vividos en el Cerro Rico de Potosí (en quechua Sumaj Orcko), cuya cima de 4.800 m coroné un no tan lejano 28 de octubre del 2001, enarbolando la bandera de Bolivia, sin poderlo hacer también con la de España, por no tenerla a mano.

En 1543  se descubrió aquí un asiento minero incaico y, dice la leyenda, dos años más tarde un pastor quechua, Diego Huallpa, perdido cuando regresaba con su rebaño de llamas,  decidió hacer una gran fogata para pasar la noche; por la mañana, entre las brasas, vio hilillos de plata fundida por el fuego, lo que dio lugar al descubrimiento de una serie de importantes vetas argentíferas.

El uno de abril de 1545 cuatro capitanes y un maestre de campo, españoles, firmaron el documento de descubrimiento y toma de posesión "a nombre del muy Augusto Emperador de Alemania, de España y destos Reinos del Perú, señor Don Carlos Quinto...  habemos, tanto señores de basallos como basallos de señores, posesionóme y estaco deste cerro y sus contornos y de todas sus riquezas, nombrado por los naturales este cerro Potosí, faciendo la primera mina, por mí nombrada la Descubridora y faciendo las primeras casas, para nos habitar en servicio de Dios Nuestro Señor..." Los que no sabían firmar lo hicieron con una X.

Veinticinco años después, en 1560, la población era de 50.000 habitantes, entre mineros, indígenas, comerciantes, artesanos, oficiales reales... y el censo del Virrey del Perú, Francisco de Toledo, en 1573 (trece años más tarde), dio 120.000 almas. En 1625 contaba con 160.000 habitantes, más población que Sevilla, explosión demográfica que debió traer problemas bien difíciles de solucionar, en esta ciudad que crece caóticamente al pie del cerro.

Cerro éste que alojó impresionantes vetas de plata en su corazón, y que acuñó el dicho "vale un Potosí", como expresión de grandes fortunas; cerro éste que constituye la imagen central del escudo de Bolivia; cerro éste del que tantas fantasías y leyendas se han escrito, llegando incluso a decir que, con la plata que de él se ha extraído, se podría construir un puente hasta España (¡menos lobos!).

En todo caso la UNESCO, cuando en 1987 declara a Potosí como Patrimonio de la Humanidad, dice textualmente: “En la época de la colonización española se extrajeron del Cerro Rico de la ciudad boliviana de Potosí unos 2.000 millones de onzas de plata. Con este metal se pavimentaron las calles de la ciudad minera, se abasteció a la Europa renacentista y se financió en 1588 la expedición de la Armada Invencible española contra la Inglaterra de Isabel I. De hecho, la cuenca minera de Potosí formaba el complejo industrial más vasto del mundo en el siglo XVI. Desde ese entonces, las técnicas de la minería local apenas han evolucionado.” Esto supondría más de 56 millones de kilos de plata… muchos kilos parecen.

Pero la verdad es que este cerro está hoy hueco, como inmenso hormiguero, surcado por kilómetros y kilómetros de galerías, que hacen casi increíble que el cerro todavía permanezca enhiesto, mirando a lo alto (aunque su cota de coronación parece que ha descendido desde los 5.183 m de 1545, hasta los actuales 4.786 m).

Este cerro alberga cada día a cientos y cientos de hombres, mujeres y niños, que en él se adentran, lejos de la luz del día, buscando sus tesoros o la muerte. Porque, como reza el texto de la UNESCO, hoy casi se trabaja con las técnicas de hace algunos cientos de años…

Tres horas de taxi, desde Sucre, atravesando abruptas cañadas y ascendiendo a elevadas cotas, me llevaron hasta la Villa Imperial de Potosí, fundada en 1545, y que sigue siendo ubre de la que se ordeñan riquezas del subsuelo, que no llegan a hacer ricos a unos hombres y unas mujeres, que pobres nacieron y pobres morirán.

Andar por las empinadas calles de esta ciudad,  la segunda más alta del mundo entre las de más de 100.000 habitantes, con cota  de 3.827 m en su plaza principal, obliga a continuas paradas para recuperar fuelle, porque falta la respiración ¡Corazón recio tuvieron  aquellos hispanos que allí llegaron! Ellos la hicieron la urbe más grande de América, en la época colonial, cuando  la explotación de la plata atrajo a miles de mineros... pero todo ello produjo un antagonismo radical entre quienes vivían en  lujo y  opulencia, y los que lo hacían en  miseria y esclavitud.

Así, a inicios del siglo XVII ya había en Potosí 36 iglesias espléndidamente engalanadas, otras tantas casas de juego y catorce escuelas de baile... y en 1579 ochocientos tahúres profesionales y ciento veinte célebres prostitutas.

Mientras, la población indígena sufría una explotación infrahumana. La habitual mita, del periodo incaico, fue intensificada ante la falta de mano de obra; así los milayos (que es como se conocía a estos trabajadores), tenían jornada de 16 horas diarias, y esto en  condiciones de inseguridad tales que eran muy frecuentes los derrumbes y accidentes... por los que se dice que, entre 1545 y 1625, pudieron morir hasta 15.000 mineros. Luego, ante la falta de mano de obra, vinieron los esclavos africanos (aproximadamente 30.000), para trabajar en estas minas.

La producción de plata alcanzó su punto álgido en 1650... el agotamiento de los filones supuso un declive en la población, a lo que se unió la epidemia de tifus de 1719, con cerca de 20.000 fallecidos y otros tantos que huyeron de la ciudad. Así, cien años después, la población era de 70.000 habitantes y, al estallar la independencia (1825), la población era de sólo 8.000 habitantes. Luego se iniciaría un ascenso lento, merced a la explotación del estaño, que ha supuesto situar a la población actual en más de 170.000 habitantes (2011).

Hoy, pasados más de 450 años del inicio de esta minería, impresiona ver los afanes de estos buscadores principalmente de estaño y plata, con su bola de hoja de coca abultando un carrillo de la cara; coca que dicen les quita el hambre y el sueño y les da ganas de trabajar.

Ahora hacen la dobla, que consiste en  trabajar 24 horas sin parar, hasta que han obtenido metal suficiente, para bajar a llevarlo a la cooperativa, que lo va a procesar para obtener un concentrado vendible. Antes era la mita (esclavitud ajena) y ahora es la dobla (esclavitud propia)...

Mi especial guía, en las andanzas por las galerías y rateras de este indómito cerro, fue Edwin, un minero quechua de doce años, con botas de goma casi más grandes que él, que heredó de su padre, muerto en accidente en aquella montaña, que llaman devoradora de hombres o puerta del infierno.

Con Edwin he recorrido angostas galerías de dimensiones tan reducidas que apenas los niños pueden transitar por ellas, pero que él conoce a la perfección y por las que circula sin luz, como si fuese un murciélago, rápido por sus recovecos donde reina la absoluta oscuridad. y donde los riesgos acechan por doquier.

Al adentrarte por aquellas viejas galerías, pronto te topas con un pequeño altarcito, colocado en uno de los miles de quiebros, con sus cruces de madera rodeadas por serpentinas y hojas secas de coca. Hemos dejado en él nuestro tributo: esas hojas de coca, un cigarrillo, y una botellita de plástico con agua,...

Y hemos ido luego a otro hueco recóndito donde se encuentra el Tío, diablo rojo con cuernos de chivo, y enormes testículos; hemos quemado un poco de paja y hemos dejado un trocito de mineral. Son rituales que dicen dan suerte y ayudan en la tarea… ¡Falta hace!

Desde allí la aventura subterránea es siempre insensible al paso del tiempo… estrechas grietas siguiendo a los caprichos del filón de mineral, que se sumergen en las entrañas de esta tierra; que se ensanchan, estrechan y desaparecen, pero que estos quechuas los saben volver a encontrar, siguiendo indicios que otros no sabríamos reconocer.

Trabajan en cooperativa, en parte de esas 500 bocaminas que horadan al cerro. He convivido en el frente de explotación con una de cinco mineros, golpeando su marro con fuerzas que parecen incansables y, como si un guaje fuese, ha ayudado a apilar aquel mineral arrancado de la veta, en un estrío manual como se hiciera hace centenas de años.

Trabajo muy  duro el de estos mineros, en posturas en las que el cuerpo humano parecería estar desarticulado… van clavando el barreno en esa veta, en la que brilla la galena que contiene a la plata, acompañada de pirita que oro parecería.

Incansable se escucha el golpeo del marro de otra cuadrilla, contra la roca, en otra galería próxima. Aquí no hay límite de concesión; cada uno se esfuerza en avanzar de prisa, porque la propiedad se acaba donde confluyen dos cuadrillas.

Cada quince días lo bajan al pie de la montaña, donde le pagarán los bolivianos que le corresponden, y donde pasará a su tratamiento. Si han encontrado una veta rica pueden llegar a cobrar esos 20 ó 30 bolivianos, lo que sería una miseria si lo transformásemos en euros, por ni se sabe cuantas horas de trabajo, y de ahí tienen que pagar  explosivos, útiles de trabajo, alimentos,...

Hoy la dinamita y los fulminantes los venden las mujeres indígenas, en pequeños mercadillos que albergan a decenas de chamizos, de apenas un par de metros cuadrados; allí se apretuja todo lo que pueden requerir estos mineros: picos, cables, carretillas, explosivos, botas, tubos, guantes, y un sin fin de cosas más. Y aquí los turistas, insensatos ellos y sus guías, también compran, como regalo a esos mineros artesanos, cartuchos de dinamita y fulminantes (lo ideal para salir volando por los aires).

De pronto la galería tiembla; es la otra cuadrilla que ha dado su voladura. Entre ellos se avisan con un código de golpes en la roca, indescifrable para alguien ajeno a este quehacer. El trabajo no se interrumpe, hay que ganarle centímetros a la montaña, arrancándole ese mineral que se estría a pie de galería y se saca al exterior, donde el montón va creciendo.

Estos mineros artesanales viven (es un decir) en pequeñas habitaciones construidas con adobe y roca estéril, a la entrada de su galería; los niños, hasta los ocho años, con sus caritas redondas, las narices llenas de mocos, y las caras achicharradas por la radiación ultravioleta, juegan con las piedras y los restos de herramientas; difícil tienen el acceso a la escuela, posiblemente también al agua, pero te miran sonrientes, en sus infantiles juegos, sin pararse a pensar en lo que este intruso puede hacer allí.

Ellos serán pronto también mineros, se acabarán sus juegos, se terminarán sus ilusiones… nunca serán niños grandes, nunca serán jóvenes, nunca llegarán a viejos o, mejor dicho: pronto serán hombres viejos, en edad temprana...

Edwin ha cobrado 10 bolivianos, por su jornada de trabajo, vergonzante para quien los paga, pero no te dejan hacer excepción. Ha salido corriendo a llevárselos a su madre, que se ha asomado presta a la puerta de su habitación-cabaña, y me ha mirado con agradecimiento. Dolor y rabia que me roerá las entrañas, por toda la vida. No hay derecho, no hay justicia, ellos nacieron condenados a un sufrir, a un padecer, a un no tener ilusiones…

De este día bajo tierra podría contar y no acabar; y se me ponen los pelos de punta sólo con recordarlo. Aquí hay cuatro mil indígenas que trabajan sin descanso, y hasta sin opción a ponerse enfermos. Cuando uno fallece en accidente hay seis u ocho hijos que están ya trabajando o en vísperas de hacerlo. Me quedo, para mí sólo, con uno de los días que nunca podré borrar de la memoria.

Una vez fuera, la tentación de conocer más este mundo tenebroso, que supera a los daguerrotipos de los aguafuertes de Goya, me llevó a unos centenares de metros, al pie de una escombrera que acumula rocas de muchos años de esfuerzos. Allí una viejita, que me dice tener setenta y siete años, y cuyo nombre no he conseguido retener, de piel rajada en su rostro por el sol y manchada por melanoma, de manos heridas por la piedra, de sonrisa escasa en ojos cerrados, que apenas se entreabren algún milímetro,... allí  esta viejita rompe las piedras, golpeando una contra otra, de amanecer a anochecer, con la sola fuerza de sus brazos.

Ella reconoce, donde nadie lo sabríamos hacer, allí donde existe un granito de plata; lo guarda y lo esconde en lugar secreto... y así, grano a grano. Cuando al cabo de la semana junta de 2 a 4 kilos de material baja a la cooperativa, por aquellas empinadas y resbaladizas veredas, casi como si tuviese alas, y seguro con los ángeles custodios en su cuidado, para que no se despeñe hasta el fondo del cerro, el mineral lo lleva escondido no se si entre sus múltiples faldas y refajos... Luego tendrá que subir, sin sentir el soroche o mar de altura, que a nosotros nos haría morir en aquellos repechos.

Parece que a nuestra viejita le pagan algo más por su mineral, porque en este inhumano mundo hay humanidad. Su marido murió hace más de treinta años en un hundimiento minero; sus hijos marcharon a Argentina; ella supone que allí encontraron trabajo, ya que nunca volvieron, nunca dieron señales de vida... y ella no se queja, ella duerme en una chocita minúscula, hecha de piedras, con techo de plásticos rotos y rajados, sujetos con ramas secas.

Lo que come ni se sabe, lo que bebe parece que no existe. Un hatillo de tela multicolor guarda sus pertinencias; la veredita por la que se mueve la han hecho sus abarcas, bajando mil veces, con lluvias, vientos, fríos, radiaciones ultravioleta. Dos viejecitas más viven en idénticas chocitas junto a la de ella. No están; posiblemente bajaron a por sustento o a vender el mineral. Idénticos serán sus afanes, pensamientos, sueños, olvidos y hasta los secretos en sus corazones.

Dice nuestra viejita que nunca estuvo enferma; posiblemente quiere decir que nunca pudo tener "baja por enfermedad", y así hasta el día en que encuentre descanso eterno, entre estas piedras que ella incansable removió...

Abajo, en la ciudad que desde estos 4.500 metros se domina, se distingue esa Real Casa de la Moneda, en la plaza del Regocijo (hoy del 10 de Noviembre), edificio de piedra labrada de cantería, con techos y cúpulas de cedro y otras maderas nobles, y ventanas con rejas de fierro y vidrieras..., en la que se acuñaba moneda.

Transformada hoy en un conjunto museístico, conserva importantes archivos coloniales, con la maquinaria laminadora de la plata y de acuñación,  colecciones de pintura y monedas, y mil objetos más. La forma de beneficiar el mineral (plomo y plata), era fundiéndolo en  hornos rústicos, que los indígenas llamaban guairas, de los que se llegaron a construir hasta 6.000. Más tarde ya se hizo mediante el azogue.

Abajo también el Convento de San Francisco, con un patio interior que nos transporta a cualquier convento de la España profunda. Allí las iglesias de la Compañía de Jesús, San Benito, San Lorenzo, San Bernardo... Siglos de historia incombustible hecha piedra.

En Potosí la televisión nacional me entrevistó en directo, durante una hora, junto al Viceministro de Minería y Metalurgia, a las ocho de la tarde. Cuantas vivencias nacidas del corazón quise transmitir a este pueblo amable, hospitalario, entrañable, trabajador, atormentado... Pero no me extiendo más, porque hablar podría sin fin, de experiencias que conmigo llevaré al otro mundo, de luces y de sombras,... y, con una oración en los labios, por los que aquí viven y aquí sufren, por un subsistir que humano desde luego no parece... digo un hasta luego al Cerro Rico de Potosí.

lunes, 14 de enero de 2013

Minera petrolera en Houston (USA): Gema Miñana


Hola soy Gema Miñana, ingeniera de minas "expatriada" en Houston... Me gustaría compartir con los lectores algunas de mis experiencias y animaros a contribuir a este blog.

Elegí estudiar minas porque, desde pequeña, me encantaban los minerales y acompañar a mi padre al mercadillo de la Escuela de Minas de Madrid, los primeros domingos de cada mes. Él también es "minero", y bueno ya sabéis que de tal palo…, aunque lo suyo fue la metalurgia, me decidí por la especialidad de Geología y Geofísica. Tuve la oportunidad de terminar la carrera en París en el IFP (Instituto Francés del Petróleo), con una beca de Repsol. Fue sin duda uno de mis mejores momentos, y muy productivos: además de hacer un máster en geología de petróleo, aprendí francés y conocí al que ahora es mi marido, también del mundillo del petróleo.

Mi primer trabajo con Repsol me llevó a Maracaibo (Venezuela) donde trabajé en el departamento de geología del subsuelo, haciendo petrofísica del campo de Menegrande.

Después de 5 años fuera de la industria, donde hice trabajos de lo más variopintos, volví al petróleo en 2005 y de nuevo a Repsol. Desde ese momento desempeño tareas más comerciales en el departamento de Desarrollo de Negocios en Upstream. Primero en la región de Europa, África y Asia, con base en Madrid, aunque con frecuentes viajes, y ahora para la región de Norteamérica en Houston, donde vivo desde el 2011.

En el departamento de Business Development nos encargamos de comprar o vender campos, con reservas de petróleo y/o gas ya descubiertas, a diferencia del departamento de Exploración, que son los encargados de descubrir dichas reservas. En los últimos años Repsol ha sido protagonista de grandes descubrimientos de hidrocarburos, desde campos de gas en el onshore de Argelia, o la costa oeste de  Venezuela,  a campos de petróleo en la cuenca de Santos en el offshore de Brasil.

Desde Houston también nos encargamos de seguir muy de cerca el mercado de los llamados “unconventionals”. En los últimos años, EEUU está viviendo una auténtica revolución energética gracias al shale gas y otros tipos de hidrocarburos llamados no convencionales, como son el tight oil o el shale oil. Los “unconventionals” son el gas y el petróleo, que todos conocemos, pero entrampados en formaciones con una porosidad y una permeabilidad muy bajas, lo que no permite su explotación de un modo convencional. Se necesita la perforación de pozos horizontales en la mayoría de los casos, en los que es necesario emplear la controvertida técnica del fracking, o fracturación hidráulica, que consiste en la inyección a fuerte presión de agua, que fractura las formaciones colindantes con el pozo, lo que permite la extracción del gas o el petróleo.

Se necesitan cantidades muy importantes de agua y además hay que perforar muchos pozos, ya que la recuperación por pozo es baja. Es una técnica que en Europa y en el resto del mundo, no está teniendo el impacto y los resultados que estamos viendo en EEUU por diversos motivos, ambientales principalmente.
Sin embargo en EEUU ha supuesto que ya se empiece a hablar de independencia energética, y que en un futuro cercano se inicien exportaciones de gas en forma de GNL (Gas Natural Licuado), desde la costa este de EEUU al resto del  mundo.

Mucho ha evolucionado la técnica desde que en 1901 se produjo el primer descubrimiento de petróleo en Texas: el campo de Spindeltop.

Mi trabajo me apasiona, formar parte de Desarrollo de Negocios te permite estar al tanto de todo lo que pasa en el mundo del petróleo. Aunque ahora me dedique a tareas más comerciales, tener una base técnica es fundamental para poder trabajar con los geólogos e ingenieros que forman parte del equipo.

Y la vida en Houston es agradable. Las oficinas de Repsol se encuentran a una hora al norte de Houston en una zona llamada The Woodlands.

Es un lugar ideal para familias, ya que es un bosque con muchos parques, caminos para montar en bici y "coles" muy buenos. Aunque puede resultar un poco aburrido a veces, sobre todo si estás acostumbrada al ritmo de una ciudad como Madrid, estamos muy cerca de Houston donde además de buenos estadios de baseball y basket, hay cantidad de museos. Incluso a hora y media tenemos playa, Galveston, pero la verdad que comparado con las playas de Cádiz deja bastante que desear!

Es muy fácil adaptarse al modo de vida americano, por lo menos a nosotros nos lo ha sido. Este año hemos celebrado el Thanksgiving Day con un buen pavo y nos hemos hecho adictos a los crawfish, cangrejos de río que se cocinan con una salsa picante y se comen como pipas, uno después del otro, hasta que te has comido una libra sin darte cuenta!!

Cuando vinimos a Estados Unidos mi hija Carlota tenía 2 años y medio y ahora, con 4 años, habla inglés con un acento texano que da envidia! A ver si su hermano Gaspar, que nació hace 10 semanas y que, además de español por parte de madre, y francés por parte de padre, también es americano, aprende rápido y así cuando volvamos (¿?) nos corrige a nosotros como ya hace su hermana!