Ramón Aragón Rueda. Geólogo. Jefe de la Unidad del Instituto Geológico y Minero de España (IGME) en Murcia
Hace ya muchos años que cursé la asignatura de Hidrogeología en la
Universidad de Granada, dentro del 5º curso de la entonces denominada
Licenciatura en Ciencias (sección de Geológicas).
Y, a pesar del tiempo transcurrido (nada menos que 37 años), todavía tengo
plenamente vigentes los recuerdos de aquel curso académico 1975-1976, curso en
el que ocurrieron hechos tan trascendentales como la muerte de Franco y el
inicio del cambio de régimen.
¿Que
contribuyó a que eligiera dicha materia si sabía la extraordinaria dedicación
que requería? La respuesta es clara y no tengo duda: la reputación de gran
pedagogo y excelente profesional del profesor que la impartía te incitaba a
descubrir el mundo de las aguas subterráneas, y su interés social por la
utilidad práctica que entrañaba.
Posteriormente pude comprobar el acierto de mi elección, pues a la
demanda de hidrogeólogos que existía entonces, en buena parte debido a las
investigaciones nacionales de las aguas subterráneas, que llevaba a cabo el
Instituto Geológico y Minero de España (IGME), se unía la ventaja inicial de
ser alumno de la Facultad de Geología de Granada, y el mérito específico de
haber tenido como maestro de Hidrogeología al Profesor Fernández Rubio.
Con estos dos antecedentes puedo asegurar que se te abrían muchas puertas en el mundo profesional, mundo al que accedí por voluntad propia, si bien es cierto que la decisión final la adoptó mi madre. Y aquí tengo que hacer un inciso para recordarla y hacer constar que, aunque respondió a la llamada telefónica del Ministerio de Educación diciendo que a mí no me interesaba (sin consultarme) el puesto de profesor interino de Ciencias Naturales en el Instituto de Educación Secundaria de Órgiva (yo no pude intervenir porque hacía un mes que me había contratado como hidrogeólogo la empresa Eptisa en Valencia), la verdad es que creo que yo también hubiera respondido lo mismo.
Pero, volviendo a mi época académica, he de iniciar el relato de aquel curso diciendo
que fui elegido delegado de los alumnos, para la asignatura de Hidrogeología.
Este hecho me permitió una más estrecha relación con el Profesor Fernández
Rubio, pues eran numerosos los asuntos a tratar con él: horarios y
clasificación en grupos para la realización de prácticas; programación de
viajes; modificación de horarios de ciertas clases y, por supuesto, las fechas
de los exámenes parciales y final. Todo ello implicaba una gran complejidad
para la veintena de alumnos, pues hay que recordar que en aquella época todas
las asignaturas de 4º y 5º cursos eran optativas, lo que convertía en un
auténtico rompecabezas el encontrar fechas y horarios compatibles.
Pues
bien, a pesar de todos los inconvenientes, jamás hubo problema alguno para
poder llevar a cabo las actividades referidas en consonancia con los horarios
requeridos por mis compañeros, pues la aptitud del Profesor fue, en todo momento, de absoluta colaboración. Su trato era siempre exquisito y muy correcto: él se
dirigía a nosotros anteponiendo al apellido el tratamiento de “señor” o
“señora”, y nosotros a él como “don Rafael”. Por supuesto, “de usted” en ambos
sentidos.
Pero
es que, además del tratamiento formal, he de señalar que su espíritu era el de
ayudar y orientar en todo lo posible al alumno, para lo cual tenía siempre la
puerta de su despacho abierta para quien quisiera ir a visitarle, lo que es
doblemente remarcable si se tiene en cuenta la alta ocupación de su tiemp, por
las numerosas e intensas actividades que desarrollaba, ya que a las labores
estrictamente docentes e investigadoras añadía las de asesoramiento a numerosos
entes y gobiernos de multitud de países.
Respecto
al desarrollo de la asignatura hay que decir, en primer lugar, que se dividía en
dos grandes partes: la teórica (clases propiamente dichas con sus
correspondientes prácticas) y el trabajo de campo que cada alumno tenía que
realizar de una zona del terreno, normalmente parte de la cuenca de un río.
Este trabajo, denominado coloquialmente como trabajo o “zona de Hidro”, ocupaba
muchísimas horas, tanto de gabinete como de campo, durante todo el curso, y
consistía en un estudio hidrogeológico completo, que era el verdadero germen de
la formación de cada alumno. El seguimiento por don Rafael era muy intenso y
con espíritu constructivo, pues todavía recuerdo las innumerables anotaciones y
sugerencias en nuestros borradores que nos devolvía cada trimestre.
Al final
hacía que te mostrarás tan orgulloso de tu trabajo que, en mi caso, lo sigo
conservando aún y he tenido especial cuidado para que no se perdiera en mis
traslados de domicilio y de lugar de trabajo.
Son
recuerdos muy entrañables los que guardo de aquellas jornadas por el campo, en
compañía algunos fines de semana de mi novia y amigos, que te ayudaban en las
tareas de inventario de puntos de agua, y sobre todo me acuerdo de la mirada de
asombro con la que me observaba mi padre, un sábado, al verme cargar en mi Seat
“seiscientos” los utensilios que precisaba para un aforo químico del río de mi
zona: barreños, palas, embudos, sacos de sal, etc.
Como anécdota comentaré que
aquel día fuimos juntos mi compañero y amigo Javier Almoguera, que tenía su
zona adyacente a la mía, y yo, con la inestimable colaboración de nuestras
respectivas novia, para ayudarnos a efectuar dichos aforos. Pero nos debimos de
pasar en la dosis de sal, ya que un pastor, que nos observaba con perplejidad, nos preguntó sobre lo que habíamos echado al río porque sus ovejas no querían
beber.
En
cuanto a las clases teóricas recuerdo la velocidad con la que pasaban las casi
2 horas de duración diaria, pues era tan claro y tan práctico el enfoque que
don Rafael les imprimía, que lograba que mantuvieras la atención todo el tiempo;
sus explicaciones en la pizarra las complementaba con la proyección de
numerosas diapositivas y películas, que había tomado a lo largo de la infinidad
de países en los que había trabajado.
Recuerdo
especial tengo de los trabajos que llevábamos a cabo en casa o en la mesa de
algún rincón apartado del bar de la Facultad, siempre por parejas (uno dictaba
en voz alta y otro introducía los datos en la calculadora de bolsillo), para
realizar el tratamiento de los datos meteorológicos. Las operaciones
aritméticas eran tan cuantiosas que duraban varias horas, pero lo
verdaderamente trágico era cuando hacia el final de la sesión descubrías que te
habías equivocad, en alguna operación inicial, y tenías que volver de nuevo a
efectuar todo el proceso desde el principio. Son momentos que ahora recuerdo de
un modo entrañable, pero que en su día nos parecían terribles, pues tenías que
reservar como podías otras horas para el resto de las asignaturas de la
licenciatura.
El
resultado académico final era la formación de unos alumnos que estaban en muy
buenas condiciones de acceder al mercado de trabajo, tanto por sus
conocimientos teóricos como por su formación práctica. Y esto era de especial
agradecer en un contexto nacional como aquél, con el país inmerso en una grave
crisis, a consecuencia de la brusca elevación de los precios del petróleo, que
provocó un impacto muy negativo en el mundo laboral.
Todavía
recuerdo que, en mis primeros trabajos profesionales en Valencia, los estudios
hidrogeológicos que la empresa me encomendaba diferían en poco a los que tuve
que realizar en mi “trabajo de Hidro”.
Una
vez finalizados en el mes de junio de 1976 mis estudios de licenciatura, me
alejé geográficamente de Granada, primero para realizar el servicio militar y a
continuación para trasladarme a Valencia, donde estuve 8 años contratado como
hidrogeólogo en la empresa Eptisa, hasta que, finalmente, me incorporé al IGME
para dirigir su unidad de Murcia, funciones que ya llevo desempeñando hace algo más
de 26 años.
Mis contactos con el Profesor Fernández Rubio en estos 37 años han sido esporádicos y se han limitado a coincidencias en congresos y reuniones científicas, en los que he comprobado que no solamente no han disminuido, sino que se han acrecentado sus habilidades pedagógicas y de gran comunicador, pues ha supuesto un verdadero placer escucharlo en cualquier conferencia o charla. Sus exposiciones, además de gran interés por los temas expuestos, siempre son enriquecidas por las técnicas audiovisuales que emplea, llegando a veces incluso a utilizar simultáneamente varios medios.
Ramón Aragón Ruega. Licenciado en Ciencias Geológicas. Diplomado en Hidrogeología. Pertenece a la Escala de Titulados Superiores de Organismos Públicos de Investigación (Ministerio de Ciencia e Innovación). Hidrogeólogo Jefe de Proyecto, en Eptisa (Valencia, 1978-1986). Jefe de la Unidad del IGME en Murcia (desde 1987), responsable de proyectos y estudios hidrogeológicos.
Colaborador docente hidrogeológico (Univ. Murcia y Cartagena). Participación en jornadas y congresos nacionales e internacionales; autor de numerosas comunicaciones y publicaciones. Miembro de comisiones y grupos de trabajo en temas hídricos y medioambientales; vocal en órganos de gobierno y planificación del Organismo de cuenca del Segura; representa al Ministerio de Economía y Competitividad en la Junta de Gobierno de la Confederación Hidrográfica del Segura.
Correo electrónico: r.aragon@igme.es
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