domingo, 6 de enero de 2013

Una ventana al agua: el río Negro en Manaus, Brasil



Parada frecuente, en mis rutas a tierras y aguas amazónicas, ha sido la ciudad de Manaus (o Manaos si la castellanizamos). Ciudad que siempre estuvo en el pensamiento, pero que nunca pensé fuera tan grato lugar, para un relajado descanso en los vuelos de aproximación, a través de este inmenso país que es Brasil, dando "saltitos" de aeropuerto a aeropuerto.

Manaus, fundada por los portugueses en 1669, y capital del estado de Amazonas, se sitúa cerca de la confluencia del río Negro con el río Solimões, para conformar al río Amazonas, en el célebre "encontro das águas".

Es una de las ciudades más importantes del norte de Brasil, a lo que ayuda su importante puerto, vía de desarrollo de la región, al que incluso pueden acceder transatlánticos (no se si para bueno a para malo). Cuenta con una población de más de 1,7 millones de habitantes, con aproximadamente 2,2 millones de habitantes para su área metropolitana.

Llegar hasta aquí, sea de São Paulo, o de Belo Horizonte, normalmente con escala en Brasilia, o más aun al regreso desde Carajás o Porto Trombetas, con escalas en Parintins, Santarem y otros pequeños aeropuertos, da para contemplar ese inmenso mundo de selva y agua, a tus pies, dispuesto a devorarte. Aquí dicen (y debe ser cierto) que se encuentra la mayor biodiversidad del mundo. Aquí la inmensidad está inexplorada y la Naturaleza se presenta con mayúscula. Por eso, tal vez, en la aproximación final, sorprende tanto el tamaño de esta urbe, que cada mañana y cada tarde y cada noche debe devorar un buen bocado de selva.

El aeropuerto internacional de Manaus es muy desangelado, con mínimas comodidades, aunque con el transcurso de los años algo ha mejorado, especialmente al unir en un edificio los dos que anteriormente albergaban las instalaciones, lo que te obligaba a desplazarte en taxi de uno al otro, y por supuesto a armarte de paciencia, porque los tiempos de escala, a veces de cinco horas, son cortos para irte a la ciudad y muy largos para quedarte donde las comodidades brillan por su ausencia. Ahora la remodelación intenta ser acelerada -siempre sin perder la calma brasileira-, porque esta ciudad es una de las sedes del campeonato mundial de fútbol.

En los varios viajes, en los que he pernoctado en esta ciudad, he buscado el descanso en Ponta Negra, por su relativa proximidad al aeropuerto, la tranquilidad de su entorno, y el alejamiento al barullo de la ciudad. Realmente se trata de una zona bastante aislada, y que durante años sólo tenía acceso desde la ciudad a través del río. Ahora aloja a dos grandes hoteles que son como "islas" en la selva. De estos hoteles el más moderno es el Park Suites Manaus, donde las habitaciones de los pisos altos tienen una maravillosa vista sobre el río Negro, que se puede disfrutar con las luces cambiantes, según la hora del día.

Las habitaciones son amplias, con ventanales de lado a lado, en los que sólo se puede levantar un poco el cristal, para evitar la tentación al suicidio. La atención en la recepción hay que decir que está poco profesionalizada y deja que desear. Sin duda lo más llamativo es la amplia piscina, situada junto al río, con forma oblonga, y contornos curvilíneos, que invita al relax y a saborear una caipirinha y hasta dos (que a la tercera se pierde el equilibrio).

Hay que recordar que esta ciudad nació alrededor del gran negocio del caucho, y que en ella se movió mucho dinero, hasta que alguien sacó semillas, a escondidas y las plantó en Malasia, donde su productividad fue mucho mayor, dando lugar al declive de esta ciudad, lo que obligaría a hacerla Puerto Franco, para incrementar sus potencialidades, y porque todo lo que aquí llega (y sale), lo hace por el río (o por avión).

El inmenso río Negro, que bordea al hotel, nace allá arriba, por tierras de Colombia, donde se llama río Guainía, y sus aguas ácidas realmente tienen un color de te cargado. El color oscuro proviene del ácido húmico, producido en la descomposición incompleta del contenido fenólico de la vegetación, en los claros de arena. El nombre del río deriva del hecho de que se ve negro desde lejos.

Y ese caudaloso río, que casi nos parecería como la gran madre de los ríos, es realmente lo más llamativo aquí, y lo que hace disfrutar a la vista, por su luz cambiante, sus florestas que llegan hasta el borde mismo del agua, sus playas de blancas arenas, sus variaciones de cotas de la estación húmeda a la seca (que realmente no es seca, sino menos lluviosa).

El río es la vía de comunicación, es también el lugar habitacional para muchos que viven en casas-barco, o en palafitos, y es puerta para el turismo que aquí llega un poco a cuenta gotas, especialmente para pasar unos días en la selva, y admirar su exuberante vegetación, con árboles de decenas y decenas de metros de altura, en búsqueda de la luz; con sorpresas por doquier en esa fauna que difícil se hace ver, pero que ahí está; con esa inmensa variedad de frutos, que hacen la delicia de los paladaderes...

La mayoría de las agencias de turismo organizan sus excursiones y sus viajes itinerantes por el río Negro, donde hay menos mosquitos, por la acidez de sus aguas. Remontando el río , se pueden ver bastantes comunidades indígenas de caboclos, que viven a orillas de los mil brazos de este río. A 5 horas en barco de Manaos, se llega a las islas Anavilhanas, uno de los mayores archipiélagos fluviales del mundo, formado por más de 400 islas repartidas a lo largo de 100 km. Esta reserva natural, es lugar privilegiado para observar aves, manatíes y los delfines rosas de la Amazonia.

De estas aguas y de estos parajes podría traer fotos y fotos, porque desde cada ángulo la perspectiva es diferente, y es cambiante conforme transcurre el día, o llega la noche. Tal vez, por esta grandeza inmensa, maravilla en la que puso especial cuidado el Creador, es más chocante ver deslizarse, sobre sus aguas, a canoas y medios de transporte fluvial de todo tipo... pero no podemos olvidar que ante la selva insondable estos cauces son las autovías por las que discurre la vida, y menos daño se hace circulando por ellas que por la selva.

Y, como siempre he estado en esta ciudad en fin de semana, no se si es por ello que hay más tráfico fluvial, de personas que se desplazan por placer y recreo, o para visitar a sus amistades, o si este tráfico es normal. Lo cierto es que lo mismo que cuando ya el sol va a caer, cuando el crepúsculo se acerca, cuando las hiladas de neblina parten en dos a ese Sol que ya se va al otro lado de los Andes, camino del Pacífico, el tráfico se intensifica justo antes de buscar la paz de la noche en la que los navegantes pararon sus fuera borda, echaron su ancla, y extendieron sus hamacas para escuchar a los mil y un ruido de la floresta, que al anochecer y al amanecer es cuando muestra más actividad.

Incansables en su caminar, esas aguas del río Negro van a seguir su senda, hasta encontrarse, inmediatamente aguas abajo, con las del río Salmões, para dar lugar a ese fenómeno increíble de reticencia, en el que dos masas de aguas, de coloración muy diferente, van a discurrir paralelas, sin mezclarse kilómetros y kilómetros, en lo que ya es río Amazonas, pero de eso hablaremos otro día.

Ahora dejaremos a caimanes, y a manitíes, y a pirañas, y a esa interminable cohorte de fauna fluvial que se hagan dueños del río, y disfruten de su noche sosegada...









1 comentario:

  1. Hablamos de dos "río Negros" diferentes. En este "post" la referencia es al inmenso afuente del Amazonas, mientras que el mencionado blog se refiere a un muy importante río y provincia de la Argentina. Pero es buena ocasión de conocer ese blog y su contenido pro-activo a favor de una buena y moderna minería (muchas veces la gran desconocida). Algún día hablaremos de ese sur argentino...

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