viernes, 8 de marzo de 2013

Recuerdos del Prof. Rafael Fernández Rubio



José Benavente Herrera. Catedrático de Hidrogeología. Universidad de Granada


Prof. Rafael Fernández Rubio.
A lo largo de los últimos 40 años he colaborado con los tres profesores que, con mayor o menor duración, han desempeñado la máxima responsabilidad académica en las enseñanzas universitarias de Hidrogeología en la Universidad de Granada, a saber (por orden cronológico): Rafael Fernández Rubio, Antonio Pulido Bosch y José Javier Cruz San Julián. Quiero, a continuación, hacer unos comentarios de mi relación con el primero de ellos.


Caricatura de la época (profesores Fontboté y Fernández Rubio).
Antes quiero aclarar que estudié la licenciatura en Ciencias (sección de Geológicas) en dicha universidad. De los profesores que me honraron con darme las notas máximas en sus asignaturas destaco dos: D. José María Fontboté Mussolas y D. Rafael Fernández Rubio; o, como el alumnado les solía denominar entonces: “Fontboté” (así, a secas) y “don Rafael”, aunque este último también era conocido por el apodo de “el pajaritas”, debido a su peculiar costumbre de vestir tal complemento. Al cabo de unos años, sin embargo, cambió la pajarita por la más convencional corbata.

Prof. José María Fontboté.
Intercalo un breve apunte sobre el profesor Fontboté. Fallecido en 1989, fue el fundador de la sección de Geología en la Facultad de Ciencias de la Universidad de Granada, a la que había accedido como catedrático en 1954. En 1978 se trasladó a la Universidad de Barcelona. Su semblanza personal y profesional se trata en un cuidado libro publicado por la Universidad de Granada con motivo del 50 aniversario de dicha creación (Vera, J. A. y Orozco, M., editores, 2009).

El profesor Fontboté impulsó decididamente la enseñanza de la Hidrogeología, en la sección de Geología de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Granada, consiguiendo en 1971 la dotación de una Cátedra Contratada de Hidrogeología, que ocupó Rafael Fernández Rubio, Ingeniero de Minas formado en Madrid y con amplia experiencia profesional, impartiendo también docencia en Prospección Geofísica. Esta responsabilidad duró hasta 1983, año en que se trasladó a la Escuela de Minas de Madrid, como catedrático numerario, centro en el que permaneció hasta su jubilación.


Son numerosos e importantes los premios y reconocimientos que Rafael Fernández Rubio ha recibido, desde su llegada a Madrid. Existe un libro en su homenaje, editado por el IGME en 2005 (López Geta, J. A., Pulido, A. y Baquero, J. C., coords.), donde se trata de todo ello. A este libro remito a los interesados en conocer detalles de tan brillante trayectoria, limitándome en lo que sigue a reseñar impresiones de nuestras vivencias comunes.

Trabajo de campo con los alumnos.

A Rafael Fernández Rubio le debo llamar con toda propiedad mi maestro. Durante mi etapa de estudiante, la docencia en Hidrogeología (5º) y Prospección Geofísica (4º) correspondía a “don Rafael”. La primera de tales asignaturas tenía una carga docente muy elevada, de más de ¡250 horas! de clases teóricas y prácticas a lo largo del curso. Además, cada alumno tenía que hacer un trabajo práctico, el famoso “trabajo de hidro”, que tantas horas consumía, en campo y en gabinete.


Por lo demás, Fernández Rubio era un profesor muy exigente con los alumnos, a los que demandaba una madurez inusitada en el contexto de la carrera. En los exámenes, se decía, si encontraba dos gerundios te suspendía. La Hidrogeología era una asignatura optativa, aunque se comentaba que los alumnos que se decidían a cursarla tenían posibilidades de encontrar trabajo en diferentes empresas y organismos que don Rafael asesoraba o a cuyos directivos conocía, que eran bastantes. Y, efectivamente, muchos pudieron así enfocar su actividad profesional.


Facultad de Ciencias de la Universidad de Granada.
Tal vez como compensación de su faceta de profesor serio y exigente, don Rafael era extremadamente atento con los estudiantes, a los que siempre estaba dispuesto a recibir en su despacho para tratar sobre dudas variadas. Fernández Rubio tenía secretaria particular, distinta de la del Departamento; eso sí, pagada por el, como le gustaba aclarar. Al ir a verle, muchas veces solía estar hablando por teléfono. Al colgar y atenderte, se excusaba diciendo que la llamada procedía del director de una empresa, interesado en que desde la cátedra se le asesorara en algún proyecto.

Explicaciones de este tipo a nosotros, estudiantes provincianillos,  nos producían un efecto impactante. En otras ocasiones se le oía hablar en tono más alto y pausado, como dictando a alguien, aunque estaba solo. Luego nos enteramos de que el discurso iba destinado a una pequeña cinta magnetofónica que más tarde su secretaria transcribía, técnica que también resultaba novedosa en aquellos tiempos. Otras veces, al pretender entrar a verle, la secretaria te miraba y, medio en broma, te reconvenía: “¿y tu vas a entrar a ver a don Rafael con esos pelos? Anda, aféitate, péinate y luego vienes”.


Ciertamente que Fernández Rubio tuvo, en el periodo en que yo coincidí con él, varias secretarias, unas más discretas y otras más desenvueltas (no digo nombres). La misión principal de estas eficaces empleadas era custodiar y manejar unas máquinas de escribir que, por entonces, siempre estaban en la vanguardia tecnológica. Primero fue una (no digo marcas), provista de ruidosas bolas móviles, que corregía ella sola errores tipográficos. Luego otra que memorizaba hasta una línea de texto antes de escribirla. Todo ello hacía que los documentos variados (cartas, notificaciones, informes, tesis, etc.) que salían de las mentadas máquinas tuvieran un formato que por entonces destacaba entre los producidos por el resto de los departamentos. Y es que no existía aun el revolucionario invento de los procesadores de texto…
 

Una faceta destacable de don Rafael era su capacidad de motivar al alumnado, consecuencia de ser un excelente comunicador, un don que no es frecuente (pienso, por ejemplo, en algo parecido a los televisivos Félix Rodríguez de La Fuente o Carlos Arguiñano). Gustaba de ilustrar clases y conferencias con muchas diapositivas, paisajes en buena parte, preferentemente de países extranjeros visitados por él- que eran bastantes, en aquellos años en que no se viajaba tanto. Eso hacía las clases muy amenas, a lo que también contribuía su costumbre de, en la medida de lo posible, intercalar experiencias personales que tuvieran que ver con el tema que explicaba. Recuerdo con placer cuando, al ayudarle en sus clases, me cedía sus archivadores de dispositivas para seleccionar, entre centenares de ellas, las que luego debía usar yo.

Caricatura del Prof. Fernández Rubio.
En lo que se refiere al mencionado afán ilustrador no parece haber cambiado Fernández Rubio, pues bastantes años más tarde tuve la ocasión de preguntar a un alumno suyo de la Escuela de Minas de Madrid su opinión sobre las clases que recibían de Rafael (nótese que, tras su ida a Madrid, y a petición suya, dejó de ser para mi “don Rafael”). El alumno respondió, con la novela de Julio Verne como símil, que a sus clases les llamaban “la vuelta al mundo en ochenta…diapositivas”. Tengo que confesar que dicho estilo docente caló fuerte en mí, aunque en esto, como en tantas otras cosas, no he superado a mi maestro.

Don Rafael, en sus clases, trataba de minimizar los prolijos desarrollos físico-matemáticos de los conceptos hidrogeológicos, para centrarse en sus aspectos de pura aplicación, lo cual, en general, agradecíamos los alumnos, no demasiado sobrados de esa base de conocimientos. Quiero recordar, a este respecto, que una vez lo encontré con una tesis doctoral de sismología en las manos, la cual debía evaluar como miembro del tribunal correspondiente. Me comentó que, tras revisarla detenidamente durante varias horas, le había producido un fuerte dolor de cabeza, pues el texto “estaba lleno de culebrillas”. Yo no entendía qué quería decir con semejante alusión zoológica. Luego resultó que era una forma coloquial de referirse a los signos de integración, tan frecuentes en los desarrollos físico-matemáticos.
Cruzando el Guadiana con el autobús 
"La Galopera" de viaje de estudios a Portugal.

Inmediatamente antes de dejar Granada para incorporarse a la Escuela de Minas de Madrid, Rafael tuvo a bien donarme sus anotaciones docentes de Prospección Geofísica. Eran, como puede esperarse, “tipo Fernández Rubio”: claras de ideas y de extrema pulcritud en su presentación (mecanografiadas, lógicamente); muy bien ilustradas con figuras hechas a mano; con apostillas, notas y comentarios manuscritos, y con documentos adjuntos relevantes (artículos, folletos de empresas suministradoras de material, etc.) insertados donde procedía. Una pequeña joya, en fin, que  conservo con sumo aprecio, pues representa muy bien el carácter de su autor. Cada vez que examino tal documentación, y la comparo con las notas que para esos mismos menesteres yo preparo, constato lo poco que he aprendido en eso de mi maestro.


La docencia de hidrogeología se completaba con la posibilidad de atender a conferencias de especialistas de renombre internacional que acudían invitados por Fernández Rubio. Recuerdo, entre otros, a G. Castany, M. R. Llamas, E. Custodio, G. de Marsily, A. Sahuquillo, W. Back y C. Drogue. Mención aparte merece sus buenas relaciones personales con C. Romariz, director del Laboratorio de Hidrogeología de la universidad de Lisboa, institución que más adelante le nombraría Doctor “Honoris Causa”.



Con alumnos en el Cabo de San Vicente (Portugal).
Por otro lado, en las “excursiones largas” de la asignatura los estudiantes y becarios teníamos la posibilidad de recibir explicaciones “in situ” de profesionales ocupados en diferentes proyectos de investigación hidrogeológica a lo largo y ancho de España.

Así pude co        nocer a una serie de especialistas que luego han desempeñado papeles destacados en empresas y organismos o llegado a ser profesores universitarios e incluso académicos de las ciencias: Miguel Martín Machuca, Juan Antonio López Geta, Jean Pierre Thauvin, Melchor Senent, Antonio Pulido Bosch, Luis Linares Girela, Manuel Ruiz Tagle, Tomás Rodríguez Estrella y Bernardo López Camacho, entre otros.


En un rincón de su biblioteca.
Durante la permanencia de Fernández Rubio en la universidad de Granada se presentaron cinco tesis de doctorado con temática hidrogeológica: Antonio Pulido (1977), Antonio Yagüe (1980), la mía (1982) y las de Lucila Candela y Arsenio González Martínez (1984); estas dos últimas llevadas a cabo en otros centros universitarios. Parece justo incluir también en el periodo “rafaelista” otras dos que se presentaron inmediatamente después de su traslado a Madrid: las de Ignacio Morell y Antonio Castillo (1985). Y esto sin olvidar las que co-dirigió en Nothingam, Montpellier, Praga, París, Lisboa, Évora, Aveiro, Complutense de Madrid,...


El Boquete de Zafarraya (Granada).
Foto: Manuel Hogbin.
Cuando yo finalizaba mi carrera era frecuente que los estudiantes con buenas calificaciones en hidrogeología realizaran tesinas con dicha temática. Al lado del despacho de don Rafael existía una sala relativamente amplia, la denominada “sala catorce”, donde los tesinandos tenían sus mesas para trabajar.

Por allí pasaron, entre otros, los siguientes investigadores que me precedieron: Manuel Nieto, Julio Delgado, Juan Hidalgo, Sebastián Delgado, Juan María Ramos, Francisco Esquitino, Diego Casas, Francisco Medina, Emilio Castillo, Antonio Romero, Ignacio Morell Evangelista y José Luis Díaz Hernández. La mayoría de ellos han destacado luego en empresas y organismos variados. Uno de ellos (I. Morell) hizo luego la tesis doctoral, según se ha dicho, y es desde hace años brillante catedrático de la universidad Jaume I de Castellón, al igual que Antonio Pulido Bosch en la universidad de Almería, y Arsenio González Martínez en la de Huelva.
 

Con el tiempo he tenido la ocasión de leer algunas de las tesinas generadas en la “sala catorce” y debo confesar que son excelentes trabajos, algunos muy innovadores, realizados, en la mayoría de los casos, con medios muy limitados. Gracias a estas investigaciones se desveló buena parte del conocimiento hidrogeológico de enclaves tan interesantes como la ventana tectónica de Albuñol, el Polje de Zafarraya, el Torcal de Antequera, las minas de Alquife, el valle de Lecrín, la sierra de Lújar, la Depresión de El Padul, los Llanos de Carchuna-Calahonda o la vega de Motril-Salobreña.
 

Casi todos los habitantes temporales de la sala catorce habían terminado sus tareas cuando yo comencé a investigar en el Departamento de Hidrogeología. Había allí una especie de cartapacio provisto de unas gráficas pintadas en papeles transparentes. El mencionado cartapacio contenía las famosas curvas-patrón de Orellana y Mooney, entonces único método para la interpretación de los Sondeos Eléctricos Verticales, esa técnica tan socorrida para los hidrogeólogos, era una donación personal de Ernesto Orellana.


En la gruta de Mira de Aire
(Porto de Mós, Portugal).
Algunos alumnos de hidrogeología de Granada cursaban luego el Curso Internacional de Hidrología Subterránea (CIHS) en Barcelona. Don Rafael comentaba con orgullo que generalmente estos alumnos se posicionaban entre los mejor calificados del CIHS.
 

La buena relación entre don Rafael, Antonio Pulido y el numeroso grupo de antiguos alumnos y de tesinandos propició lo que se vino a denominar Grupo de Trabajo de Hidrogeología de la UGR (GTH).

Esta comunidad de colegas tuvo su actividad más destacada con la organización de una reunión científica en marzo de 1981; el primer Simposio sobre el Agua en Andalucía, SIAGA.

Hay que decir que el SIAGA fue un éxito rotundo y que, desde entonces, estos eventos con ocho ediciones ya en su haber, se vienen organizando de forma periódica en diferentes capitales de Andalucía: Granada (2), Córdoba, Almería (2),Sevilla, Baeza y Cádiz.

En el libro-homenaje a Fernández Rubio antes mencionado hay una contribución, de Antonio Castillo Martín y mía, donde se trata sobre su impronta personal en dicho evento, acompañada de una reseña fotográfica bastante completa.





Logotipo de la IMWA.
Diseño:  Javier Fernández Lorca..
Previamente al SIAGA, en 1979,  don Rafael planteó lo que podríamos llamar un órdago en eso de la organización de reuniones científicas, pues se lanzó a una convocatoria internacional que tuvo una amplísima repercusión entre los especialistas de todo el mundo. Me refiero al Simposio Internacional sobre el Agua en la Minería y las Obras Subterráneas (SIAMOS). Igualmente, este evento dio paso a otros posteriores de temática similar en tanto que fue el germen de la Internacional Mine Water Association (IMWA), ahora todo un referente en este apasionante campo del conocimiento científico-técnico y de la que Fernández Rubio fue Secretario General en sus inicios y posteriormente Presidente.


Frente a la costa de Granada-Málaga.
Por último, en 1988, estando ya en Madrid, y recordando sin duda sus trabajos previos en el acuífero de Almuñécar, decidió organizar en esa bella ciudad mediterránea el TIAC, congreso internacional sobre acuíferos costeros e intrusión marina, que, como de costumbre, fue un rotundo éxito y ha conocido ya varias convocatorias. Imborrable en el recuerdo aquel recorrido en barco, desde Motril hasta Nerja, en el que fue describiendo la hidrogeología de toda esa cornisa mediterránea.

Tras uno de sus viajes a Estados Unidos,  seguramente al conocer en profundidad la forma de trabajar del profesor de la universidad de Alabama, en Tuscaloosa  Ph. Lamoreaux, Rafael concibió lo que en adelante sería FRASA, acrónimo de la sociedad “Fernández Rubio y Asociados”.



Entre los “asociados”, además de Antonio Castillo Martín y yo mismo, se encontraban una serie de tesinandos de entonces. Recuerdo a Rafael Fernández Gutiérrez del Álamo, José María Sanz de Galdeano, Ildefonso Moreno Calvillo, Horacio Abril Gómez (q.e.p.d.), Angel Lozano Vega y Carmen Almécija Ruiz (“Maquica”). De esta última, por cierto, es prácticamente imposible que me olvide tras más de un cuarto de siglo de matrimonio, vivencia, por cierto, que se gestó cuando don Rafael tuvo la ocurrencia de alojarla en mi despacho para que hiciese su tesina.


En la Mina de Reocín a 200 m bajo el nivel del mar.
Este grupo de investigadores colaboró con Fernández Rubio en una serie de proyectos destinados a empresas y organismos diversos (ayuntamientos y diputaciones provinciales). Entre los trabajos hidrogeológicos para empresas que Rafael asesoraba con mayor continuidad, cabe destacar los llevados a cabo en las minas de Andorra (Teruel), Reocín (Cantabria) y Puentes de García Rodríguez (La Coruña).


Corte hidrogeológico esquemático.
Ladera meridional de Sierra Nevada
.
También es de reseñar su vinculación con el balneario de Lanjarón y su planta embotelladora. En esta labor, Rafael contó con la colaboración de su sobrino Rafael Fernández Gutiérrez del Álamo y su mujer Aurora (“Coca”) Calvache, entonces recién casados, que pasaron unos meses en la bella localidad alpujarreña.

De entre los diferentes proyectos en que trabajamos, quiero destacar aquí uno que supuso la colaboración con otra empresa (IBERGESA) a instancias del IGME. Me refiero a la investigación hidrogeológica de los acuíferos carbonatados del alto Guadalquivir (Sistemas 30 y 31) o, como decíamos de forma abreviada, el “proyecto 30 y 31. Lo destaco porque supuso trabajar bajo la supervisión de Manuel (“Manolo”) Del Valle Cardenete, a la sazón jefe de la oficina del IGME en Granada y un destacadísimo profesional en numerosos ámbitos de la hidrogeología. Manolo falleció en 2001 y queda desde entonces grabado en la memoria de los que lo conocimos y aprendimos de su vasta experiencia.



Testificación eléctrica de sondeos en
Almuñécar (Granada).
Otro ámbito geográfico particularmente afecto a Rafael ha sido el valle del río Verde de Almuñécar. En diferentes ocasiones compartí con él jornadas de campo en ese bonito enclave subtropical. Creo recordar que, en algún momento, me comentó su vinculación familiar con la zona, concretamente mencionaba parientes suyos de la loma de La Gelibra. De hecho, Rafael pasaba por entonces las vacaciones de verano en Almuñécar, ciudad que más tarde le honró con una entrañable distinción: el aguacate de plata. Recuerdo haberle visitado en su chalet de veraneo y las bromas que sus hijos hacían sobre el desigual bronceado que su padre adquiría esos días, consecuencia de su hábito de tener siempre un libro en las manos cuando tomaba el sol en la tumbona.


En la memoria de esos días es imposible no dejar de recordar a Ana María, su mujer, y su carácter arrebatadoramente alegre. Su prematura desaparición fue un golpe que nos afectó a todo el círculo de amigos y colaboradores de Rafael. Recuerdo la primera vez que la saludé. Al ser presentados, me dijo, riéndose como siempre, poco más o menos lo siguiente: “¿Así que tu eres Benavente? Mira, ya tenía ganas de conocerte personalmente, porque el otro día, ayudando a Rafael a poner las calificaciones finales en las papeletas, te puse la Matrícula de Honor, y por eso me acuerdo del apellido y que le dije a Rafael: este muchacho tiene que valer mucho”.

Gracias, Ana María. Gracias, Rafael.
 
















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